Primero que todo, gracias a quienes han pasado por aquí y han hecho algún comentario. A mis amigos: ya habilité para que cualquiera comente.
Cuando creé este blog, lo hice con el entusiasmo de una cheerleader y me propuse escribir en él todos los días. Luego de cinco minutos ya había recordado lo mucho que me cuesta encontrar sobre lo que escribir y dije - Dos veces por semana no está mal- . A los siete minutos ya había decidido escribir sólo cuando me dieran ganas. Aún no pienso en cerrarlo.
El otro día, no recuerdo bien cómo, reflexioné diciendo que esta vida sin retos es como almorzar lo que no te gusta y no querer comerse el postre. Es totalmente plana, llana, sin sobresaltos. Y ¿qué es lo que hace que tu vida sea única? ¡Eso! Los desafíos, los retos, el decidirse a dar todo por algo, esperando lograrlo y sin embargo, si no lo logras, puedes sonreir sabiendo que lo menos que pudiste hacer fué intentarlo.
Contenta con mi minuto filosófico, me dije a mi misma- ¡Misma! ¡Lancémonos a la vida!- con la alegría palpitando en mi pecho miré dentro de mis posibilidades… Y ¿qué meta proponerme? ¿a que objetivo apuntar?... Grillos. Me sentí en un parque de diversiones (al cual llamaré, aunque no tenga mayor relevancia, Felicilandia) indecisa mirando todos los diferentes juegos que imponentes me ofrecían desgarrar mis cuerdas vocales con gritos llenos de desenfrenada y enérgica emoción. Bueno, pensé en una sola y simple meta. Opté por la pequeña montaña en la cual la fila era corta. Perfecta.Ví lo que tenía que sacrificar y lo que tenía que hacer. Lo decidí, hacia allá voy. Planeé la estrategia, el vehículo, el método, visualizé la meta.Trazado ya el plan, me embarqué. Subí a la montaña, escogí el primer carro, me senté, abroché mi cinturón, estaba inundada de adrenalínicaeuforia. Luego de que ya hube trazado, pensado fríamente, calculado, ejecutado. ¿Tomé en cuenta las variables?Ahí se viene lo peor: la incertidumbre. Ya estando arriba de la montaña rusa, avanzando lentamente hacia su cumbre y me volteo queriendo volver, cierro los ojos para no saber qué tan alto estoy, pero todo ya está irremediablemente en su carril, ¿cómo terminará esto? Pavor. ¿Y si no resulta? ¿Si mis esfuerzos fueron en vano? ¿Y si ya no quiero llegar allá? ¡Si no quiero saber cómo terminará! ¡Aaahhhggg!Pero ya estoy en la cima de la montaña rusa, sin saber si abroché correctamente mi cinturón y ¡zás! Hay que abrirse el camino entre las dificultades y las malditas e inesperadas variables, a veces se pasan hábilmente, otras no es tan fácil y en los peores casos, no te permiten llegar al fin. Durante la vertiginosa caída, se me desfigura la cara, me despeino, grito y no me importa nada en ese momento, las cosas pasan rápido, mi grito se confunde entre los muchos otros, en mi cara nadie se fija, el juego ya terminó.
Siempre que se decide a hacer algo, se espera obtener un resultado, cualquiera que éste sea, es vital para futuras decisiones. Pero jamás un resultado puede ser equivalente a cero. Porque, de ser así, es lo mismo que no haber hecho nada . Cuando los resultados no te dejan nada, hay que desistir de aquella empresa PARA SIEMPRE. No hacerlo es necedad, perder el tiempo, perseguir quimeras. Nada recomendable. Hay que gastarse en aquello que te deja una enseñanza, experiencia o una cicatriz.
Bajo de la montaña, temblando aún y mientras recupero el aliento, me convenzo más y más de que por muy terrible que haya sido el paseo, no me desanimaré al intentarlo una vez más. Cuando te subas a la montaña lo que importa es si saliste con una gran sonrisa deseando lanzarte nuevamente o sales verde jurando no hacerlo nunca más. Espero que ustedes, preciados lectores, sean corajudos.